LA LIBERTAD RELIGIOSA, CAMINO PARA LA PAZ
1. AL COMIENZO DE UN NUEVO AÑO deseo hacer llegar a todos
mi felicitación; es un deseo de serenidad y de prosperidad,
pero sobre todo de paz. El año que termina también ha
estado marcado lamentablemente por persecuciones,
discriminaciones, por terribles actos de violencia y de
Pienso de modo particular en la querida tierra de Iraq,
que en su camino hacia la deseada estabilidad y
reconciliación sigue siendo escenario de violencias y
atentados. Vienen a la memoria los recientes sufrimientos de
la comunidad cristiana, y de modo especial el vil ataque
contra la catedral sirio-católica Nuestra Señora del Perpetuo
Socorro, de Bagdad, en la que el 31 de octubre pasado fueron
asesinados dos sacerdotes y más de cincuenta fieles,
mientras estaban reunidos para la celebración de la Santa
Misa. En los días siguientes se han sucedido otros ataques,
también a casas privadas, provocando miedo en la
comunidad cristiana y el deseo en muchos de sus miembros
de emigrar para encontrar mejores condiciones de vida.
Deseo manifestarles mi cercanía, así como la de toda la
Iglesia, y que se ha expresado de una manera concreta en la
reciente Asamblea Especial para Medio Oriente del Sínodo de
los Obispos. Ésta ha dirigido una palabra de aliento a las
comunidades católicas en Iraq y en Medio Oriente para vivir
la comunión y seguir dando en aquellas tierras un testimonio
Agradezco vivamente a los Gobiernos que se esfuerzan
por aliviar los sufrimientos de estos hermanos en
humanidad, e invito a los Católicos a rezar por sus hermanos
en la fe, que sufren violencias e intolerancias, y a ser
solidarios con ellos. En este contexto, siento muy viva la
necesidad de compartir con vosotros algunas reflexiones
sobre la libertad religiosa, camino para la paz. En efecto, se
puede constatar con dolor que en algunas regiones del
mundo la profesión y expresión de la propia religión comporta
un riesgo para la vida y la libertad personal. En otras
regiones, se dan formas más silenciosas y sofisticadas de
prejuicio y de oposición hacia los creyentes y los símbolos
religiosos. Los cristianos son actualmente el grupo religioso
que sufre el mayor número de persecuciones a causa de su
fe. Muchos sufren cada día ofensas y viven frecuentemente
con miedo por su búsqueda de la verdad, su fe en Jesucristo
y por su sincero llamamiento a que se reconozca la libertad
religiosa. Todo esto no se puede aceptar, porque constituye
una ofensa a Dios y a la dignidad humana; además es una
amenaza a la seguridad y a la paz, e impide la realización de
un auténtico desarrollo humano integral.1
En efecto, en la libertad religiosa se expresa la
especificidad de la persona humana, por la que puede
ordenar la propia vida personal y social a Dios, a cuya luz se
comprende plenamente la identidad, el sentido y el fin de la
persona. Negar o limitar de manera arbitraria esa libertad,
significa cultivar una visión reductiva de la persona humana,
1 Cf. Carta Enc. Caritas in veritate, 29.55-57.
oscurecer el papel público de la religión; significa generar una
sociedad injusta, que no se ajusta a la verdadera naturaleza
de la persona humana; significa hacer imposible la afirmación de una paz auténtica y estable para toda la familia humana.
Por tanto, exhorto a los hombres y mujeres de buena
voluntad a renovar su compromiso por la construcción de un
mundo en el que todos puedan profesar libremente su
religión o su fe, y vivir su amor a Dios con todo el corazón,
con toda el alma y con toda la mente (cf. Mt 22, 37). Éste es el
sentimiento que inspira y guía el Mensaje para la XLIV Jornada Mundial de la Paz, dedicado al tema: La libertad Derecho sagrado a la vida y a una vida espiritual
2. El derecho a la libertad religiosa se funda en la misma dignidad de la persona humana,2 cuya naturaleza
trascendente no se puede ignorar o descuidar. Dios creó al
hombre y a la mujer a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 27).
Por eso, toda persona es titular del derecho sagrado a una vida íntegra, también desde el punto de vista espiritual. Si no
se reconoce su propio ser espiritual, sin la apertura a la
trascendencia, la persona humana se repliega sobre sí
misma, no logra encontrar respuestas a los interrogantes de
su corazón sobre el sentido de la vida, ni conquistar valores y
principios éticos duraderos, y tampoco consigue siquiera
2 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decl. Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, 2
experimentar una auténtica libertad y desarrollar una
La Sagrada Escritura, en sintonía con nuestra propia
experiencia, revela el valor profundo de la dignidad humana:
«Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las
estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te
acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Lo hiciste
poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo
sometiste bajo sus pies» (Sal 8, 4-7).
Ante la sublime realidad de la naturaleza humana,
podemos experimentar el mismo asombro del salmista. Ella
se manifiesta como apertura al Misterio, como capacidad de
interrogarse en profundidad sobre sí mismo y sobre el origen
del universo, como íntima resonancia del Amor supremo de
Dios, principio y fin de todas las cosas, de cada persona y de
los pueblos.4 La dignidad trascendente de la persona es un
valor esencial de la sabiduría judeo-cristiana, pero, gracias a
la razón, puede ser reconocida por todos. Esta dignidad,
entendida como capacidad de trascender la propia
materialidad y buscar la verdad, ha de ser reconocida como
un bien universal, indispensable para la construcción de una sociedad orientada a la realización y plenitud del hombre. El
respeto de los elementos esenciales de la dignidad del
hombre, como el derecho a la vida y a la libertad religiosa, es
3 Cf. Cart. enc. Caritas in veritate, 78. 4 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decl. Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, 1.
una condición para la legitimidad moral de toda norma social
Libertad religiosa y respeto recíproco
3. La libertad religiosa está en el origen de la libertad moral. En efecto, la apertura a la verdad y al bien, la apertura a
Dios, enraizada en la naturaleza humana, confiere a cada
hombre plena dignidad, y es garantía del respeto pleno y
recíproco entre las personas. Por tanto, la libertad religiosa se
ha de entender no sólo como ausencia de coacción, sino
antes aún como capacidad de ordenar las propias opciones
Entre libertad y respeto hay un vínculo inseparable; en
efecto, «al ejercer sus derechos, los individuos y grupos
sociales están obligados por la ley moral a tener en cuenta los
derechos de los demás y sus deberes con relación a los otros
Una libertad enemiga o indiferente con respecto a Dios
termina por negarse a sí misma y no garantiza el pleno
respeto del otro. Una voluntad que se cree radicalmente
incapaz de buscar la verdad y el bien no tiene razones
objetivas y motivos para obrar, sino aquellos que provienen
de sus intereses momentáneos y pasajeros; no tiene una
“identidad” que custodiar y construir a través de las opciones
verdaderamente libres y conscientes. No puede, pues,
reclamar el respeto por parte de otras “voluntades”, que
5 Ibíd., Decl. Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, 7
también están desconectadas de su ser más profundo, y que
pueden hacer prevalecer otras “razones” o incluso ninguna
“razón”. La ilusión de encontrar en el relativismo moral la
clave para una pacífica convivencia, es en realidad el origen
de la división y negación de la dignidad de los seres
humanos. Se comprende entonces la necesidad de reconocer
una doble dimensión en la unidad de la persona humana: la
religiosa y la social. A este respecto, es inconcebible que los creyentes «tengan que suprimir una parte de sí mismos –su
fe- para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario
renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos».6
La familia, escuela de libertad y de paz
4. Si la libertad religiosa es camino para la paz, la
educación religiosa es una vía privilegiada que capacita a las
nuevas generaciones para reconocer en el otro a su propio
hermano o hermana, con quienes camina y colabora para que
todos se sientan miembros vivos de la misma familia
humana, de la que ninguno debe ser excluido.
La familia fundada sobre el matrimonio, expresión de la
unión íntima y de la complementariedad entre un hombre y
una mujer, se inserta en este contexto como la primera
escuela de formación y crecimiento social, cultural, moral y
espiritual de los hijos, que deberían ver siempre en el padre y
la madre el primer testimonio de una vida orientada a la
6 Discurso a la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (18 abril 2008); AAS 100 (2008), 337.
búsqueda de la verdad y al amor de Dios. Los mismos padres
deberían tener la libertad de poder transmitir a los hijos, sin
constricciones y con responsabilidad, su propio patrimonio de
fe, valores y cultura. La familia, primera célula de la sociedad
humana, sigue siendo el ámbito primordial de formación para
unas relaciones armoniosas en todos los ámbitos de la
convivencia humana, nacional e internacional. Éste es el
camino que se ha de recorrer con sabiduría para construir un
tejido social sólido y solidario, y preparar a los jóvenes para
que, con un espíritu de comprensión y de paz, asuman su
propia responsabilidad en la vida, en una sociedad libre.
5. Se puede decir que, entre los derechos y libertades fundamentales enraizados en la dignidad de la persona, la libertad religiosa goza de un estatuto especial. Cuando se reconoce la libertad religiosa, la dignidad de la persona
humana se respeta en su raíz, y se refuerzan el ethos y las instituciones de los pueblos. Y viceversa, cuando se niega la
libertad religiosa, cuando se intenta impedir la profesión de la
propia religión o fe y vivir conforme a ellas, se ofende la
dignidad humana, a la vez que se amenaza la justicia y la
paz, que se fundan en el recto orden social construido a la luz
La libertad religiosa significa también, en este sentido, una conquista de progreso político y jurídico. Es un bien
esencial: toda persona ha de poder ejercer libremente el
derecho a profesar y manifestar, individualmente o
comunitariamente, la propia religión o fe, tanto en público
como en privado, por la enseñanza, la práctica, las
publicaciones, el culto o la observancia de los ritos. No
debería haber obstáculos si quisiera adherirse eventualmente
a otra religión, o no profesar ninguna. En este ámbito, el
ordenamiento internacional resulta emblemático y es una
referencia esencial para los Estados, ya que no consiente
ninguna derogación de la libertad religiosa, salvo la legítima
exigencia del justo orden público.7 El ordenamiento
internacional, por tanto, reconoce a los derechos de
naturaleza religiosa el mismo status que el derecho a la vida y
a la libertad personal, como prueba de su pertenencia al
núcleo esencial de los derechos del hombre, de los derechos
universales y naturales que la ley humana jamás puede
La libertad religiosa no es patrimonio exclusivo de los creyentes, sino de toda la familia de los pueblos de la tierra.
Es un elemento imprescindible de un Estado de derecho; no
se puede negar sin dañar al mismo tiempo los demás
derechos y libertades fundamentales, pues es su síntesis y su
cumbre. Es un «indicador para verificar el respeto de todos
los demás derechos humanos».8 Al mismo tiempo que
favorece el ejercicio de las facultades humanas más
específicas, crea las condiciones necesarias para la
realización de un desarrollo integral, que concierne de manera 7 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decl. Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, 2 8 JUAN PABLO II, Discurso a la Asamblea de la Organización para la seguridad y la cooperación en Europa (OSCE), (10 octubre 2003), 1: AAS 96 (2004), 111.
unitaria a la totalidad de la persona en todas sus
La dimensión pública de la religión La libertad religiosa, como toda libertad, aunque proviene de la esfera personal, se realiza en la relación con los demás. Una libertad sin relación no es una libertad completa. La libertad religiosa no se agota en la simple dimensión
individual, sino que se realiza en la propia comunidad y en la
sociedad, en coherencia con el ser relacional de la persona y
La relacionalidad es un componente decisivo de la
libertad religiosa, que impulsa a las comunidades de los
creyentes a practicar la solidaridad con vistas al bien común.
En esta dimensión comunitaria cada persona sigue siendo
única e irrepetible y, al mismo tiempo, se completa y realiza
Es innegable la aportación que las comunidades
religiosas dan a la sociedad. Son muchas las instituciones
caritativas y culturales que dan testimonio del papel
constructivo de los creyentes en la vida social. Más
importante aún es la contribución ética de la religión en el
ámbito político. No se la debería marginar o prohibir, sino
considerarla como una aportación válida para la promoción
del bien común. En esta perspectiva, hay que mencionar la
dimensión religiosa de la cultura, que a lo largo de los siglos
9 Cf. Carta Enc. Caritas in veritate, 11.
se ha forjado gracias a la contribución social y, sobre todo,
ética de la religión. Esa dimensión no constituye de ninguna
manera una discriminación para los que no participan de la
creencia, sino que más bien refuerza la cohesión social, la
La libertad religiosa, fuerza de libertad y de civilización: los peligros de su instrumentalización La instrumentalización de la libertad religiosa para enmascarar intereses ocultos, como por ejemplo la subversión del orden constituido, la acumulación de recursos o la retención del poder por parte de un grupo, puede provocar daños enormes a la sociedad. El fanatismo, el
fundamentalismo, las prácticas contrarias a la dignidad
humana, nunca se pueden justificar y mucho menos si se
realizan en nombre de la religión. La profesión de una religión
no se puede instrumentalizar ni imponer por la fuerza. Es
necesario, entonces, que los Estados y las diferentes
comunidades humanas no olviden nunca que la libertad religiosa es condición para la búsqueda de la verdad y que la verdad no se impone con la violencia sino por «la fuerza de la misma verdad».10 En este sentido, la religión es una fuerza
positivay promotora de la construcción de la sociedad civil y política.
¿Cómo negar la aportación de las grandes religiones del
mundo al desarrollo de la civilización? La búsqueda sincera
10 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decl. Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, 1
de Dios ha llevado a un mayor respeto de la dignidad del
hombre. Las comunidades cristianas, con su patrimonio de
valores y principios, han contribuido mucho a que las
personas y los pueblos hayan tomado conciencia de su propia
identidad y dignidad, así como a la conquista de instituciones
democráticas y a la afirmación de los derechos del hombre
También hoy, en una sociedad cada vez más
globalizada, los cristianos están llamados a dar su aportación
preciosa al fatigoso y apasionante compromiso por la justicia,
al desarrollo humano integral y a la recta ordenación de las
realidades humanas, no sólo con un compromiso civil,
económico y político responsable, sino también con el
testimonio de su propia fe y caridad. La exclusión de la
religión de la vida pública, priva a ésta de un espacio vital
que abre a la trascendencia. Sin esta experiencia primaria
resulta difícil orientar la sociedad hacia principios éticos
universales, así como al establecimiento de ordenamientos
nacionales e internacionales en que los derechos y libertades
fundamentales puedan ser reconocidos y realizados
plenamente, conforme a lo propuesto en los objetivos de la
Declaración Universal de los derechos del hombre de 1948, aún hoy por desgracia incumplidos o negados.
Una cuestión de justicia y de civilización: el fundamentalismo y la hostilidad contra los creyentes comprometen la laicidad positiva de los Estados
La misma determinación con la que se condenan todas
las formas de fanatismo y fundamentalismo religioso ha de
animar la oposición a todas las formas de hostilidad contra la
religión, que limitan el papel público de los creyentes en la
No se ha de olvidar que el fundamentalismo religioso y el laicismo son formas especulares y extremas de rechazo del legítimo pluralismo y del principio de laicidad. En efecto,
ambos absolutizan una visión reductiva y parcial de la
persona humana, favoreciendo, en el primer caso, formas de
integrismo religioso y, en el segundo, de racionalismo. La sociedad que quiere imponer o, al contrario, negar la religión con la violencia, es injusta con la persona y con Dios, pero también consigo misma. Dios llama a sí a la humanidad con un designio de amor que, implicando a toda la persona en su dimensión natural y espiritual, reclama una correspondencia en términos de libertad y responsabilidad, con todo el corazón y el propio ser, individual y comunitario. Por tanto, también la sociedad, en cuanto expresión de la persona y del conjunto
de sus dimensiones constitutivas, debe vivir y organizarse de
tal manera que favorezca la apertura a la trascendencia. Por
eso, las leyes y las instituciones de una sociedad no se
pueden configurar ignorando la dimensión religiosa de los
ciudadanos, o de manera que prescinda totalmente de ella. A
través de la acción democrática de ciudadanos conscientes de
su alta vocación, se han de conmensurar con el ser de la
persona, para poder secundarlo en su dimensión religiosa. Al
no ser ésta una creación del Estado, no puede ser
manipulada, sino que más bien debe reconocerla y respetarla.
El ordenamiento jurídico en todos los niveles, nacional e
internacional, cuando consiente o tolera el fanatismo religioso
o antirreligioso, no cumple con su misión, que consiste en la
tutela y promoción de la justicia y el derecho de cada uno.
Éstas últimas no pueden quedar al arbitrio del legislador o de
la mayoría porque, como ya enseñaba Cicerón, la justicia
consiste en algo más que un mero acto productor de la ley y
su aplicación. Implica el reconocimiento de la dignidad de cada uno,11 la cual, sin libertad religiosa garantizada y vivida
en su esencia, resulta mutilada y vejada, expuesta al peligro
de caer en el predominio de los ídolos, de bienes relativos
transformados en absolutos. Todo esto expone a la sociedad
al riesgo de totalitarismos políticos e ideológicos, que
enfatizan el poder público, mientras se menoscaba y coarta la
libertad de conciencia, de pensamiento y de religión, como si
Diálogo entre instituciones civiles y religiosas
El patrimonio de principios y valores expresados en una
religiosidad auténtica es una riqueza para los pueblos y su
ethos. Se dirige directamente a la conciencia y a la razón de los hombres y mujeres, recuerda el imperativo de la
conversión moral, motiva el cultivo y la práctica de las
virtudes y la cercanía hacia los demás con amor, bajo el signo
11 Cf. CICERÓN, De inventione, II, 160.
de la fraternidad, como miembros de la gran familia
La dimensión pública de la religión ha de ser siempre
reconocida, respetando la laicidad positiva de las
instituciones estatales. Para dicho fin, es fundamental un sano diálogo entre las instituciones civiles y las religiosas para
el desarrollo integral de la persona humana y la armonía de
10. En un mundo globalizado, caracterizado por sociedades
cada vez más multiétnicas y multiconfesionales, las grandes
religiones pueden constituir un importante factor de unidad y
de paz para la familia humana. Sobre la base de las
respectivas convicciones religiosas y de la búsqueda racional
del bien común, sus seguidores están llamados a vivir con
responsabilidad su propio compromiso en un contexto de
libertad religiosa. En las diversas culturas religiosas, a la vez
que se debe rechazar todo aquello que va contra la dignidad
del hombre y la mujer, se ha de tener en cuenta lo que
resulta positivo para la convivencia civil.
El espacio público, que la comunidad internacional pone
a disposición de las religiones y su propuesta de “vida
buena”, favorece el surgir de un criterio compartido de verdad
y de bien, y de un consenso moral, fundamentales para una
12 Cf. Discurso a los Representantes de otras Religiones del Reino Unido (17 septiembre 2010): L’Osservatore Romano (18 settembre 2010), 12.
convivencia justa y pacífica. Los líderes de las grandes
religiones, por su papel, su influencia y su autoridad en las
propias comunidades, son los primeros en ser llamados a
vivir en el respeto recíproco y en el diálogo.
Los cristianos, por su parte, están llamados por la misma fe en Dios, Padre del Señor Jesucristo, a vivir como hermanos que se encuentran en la Iglesia y colaboran en la edificación de un mundo en el que las personas y los pueblos «no harán daño ni estrago […], porque está lleno el país de la ciencia del
Señor, como las aguas colman el mar» (Is 11, 9).
El diálogo como búsqueda en común
11. El diálogo entre los seguidores de las diferentes
religiones constituye para la Iglesia un instrumento
importante para colaborar con todas las comunidades
religiosas al bien común. La Iglesia no rechaza nada de lo que
en las diversas religiones es verdadero y santo. «Considera
con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los
preceptos y doctrinas que, aunque discrepen mucho de los
que ella mantiene y propone, no pocas veces reflejan, sin
embargo, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos
Con eso no se quiere señalar el camino del relativismo o del sincretismo religioso. La Iglesia, en efecto, «anuncia y tiene
la obligación de anunciar sin cesar a Cristo, que es “camino,
13 CONC. ECUM. VAT. II, Decl. Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, 2
verdad y vida” (Jn 14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa, en quien Dios reconcilió consigo
todas las cosas».14 Sin embargo, esto no excluye el diálogo y
la búsqueda común de la verdad en los diferentes ámbitos
vitales, pues, como afirma a menudo santo Tomás, «toda
verdad, independientemente de quien la diga, viene del
En el año 2011 se cumplirá el 25 aniversario de la
Jornada mundial de oración por la paz, que fue convocada en
Asís por el Venerable Juan Pablo II, en 1986. En dicha
ocasión, los líderes de las grandes religiones del mundo
testimoniaron que las religiones son un factor de unión y de
paz, no de división y de conflicto. El recuerdo de aquella
experiencia es un motivo de esperanza en un futuro en el que
todos los creyentes se sientan y sean auténticos trabajadores
Verdad moral en la política y en la diplomacia
12. La política y la diplomacia deberían contemplar el
patrimonio moral y espiritual que ofrecen las grandes
religiones del mundo, para reconocer y afirmar aquellas
verdades, principios y valores universales que no pueden
negarse sin negar la dignidad de la persona humana. Pero,
¿qué significa, de manera práctica, promover la verdad moral
en el mundo de la política y de la diplomacia? Significa actuar
14 Ibíd. 15 Super evangelium Joannis, I, 3.
de manera responsable sobre la base del conocimiento
objetivo e íntegro de los hechos; quiere decir desarticular
aquellas ideologías políticas que terminan por suplantar la
verdad y la dignidad humana, y promueven falsos valores con
el pretexto de la paz, el desarrollo y los derechos humanos;
significa favorecer un compromiso constante para fundar la
ley positiva sobre los principios de la ley natural.16 Todo esto
es necesario y coherente con el respeto de la dignidad y el
valor de la persona humana, ratificado por los Pueblos de la
tierra en la Carta de la Organización de las Naciones Unidas de 1945, que presenta valores y principios morales
universales como referencia para las normas, instituciones y
sistemas de convivencia en el ámbito nacional e
Más allá del odio y el prejuicio
13. A pesar de las enseñanzas de la historia y el esfuerzo de
los Estados, las Organizaciones internacionales a nivel
mundial y local, de las Organizaciones no gubernamentales y
de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que cada
día se esfuerzan por tutelar los derechos y libertades
fundamentales, se siguen constatando en el mundo
persecuciones, discriminaciones, actos de violencia y de
intolerancia por motivos religiosos. Particularmente en Asia y
16 Cf. Discurso a las Autoridades civiles y al Cuerpo diplomático en Chipre (5 junio 2010): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española, 13 junio 2010, 6; COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, En busca de una ética universal: nueva mirada sobre la ley natural, Ciudad del Vaticano 2009.
África, las víctimas son principalmente miembros de las
minorías religiosas, a los que se les impide profesar
libremente o cambiar la propia religión a través de la
intimidación y la violación de los derechos, de las libertades
fundamentales y de los bienes esenciales, llegando incluso a
la privación de la libertad personal o de la misma vida.
Como ya he afirmado, se dan también formas más
sofisticadas de hostilidad contra la religión, que en los Países
occidentales se expresan a veces renegando de la historia y
de los símbolos religiosos, en los que se reflejan la identidad y
la cultura de la mayoría de los ciudadanos. Son formas que
fomentan a menudo el odio y el prejuicio, y no coinciden con
una visión serena y equilibrada del pluralismo y la laicidad de
las instituciones, además del riesgo para las nuevas
generaciones de perder el contacto con el precioso patrimonio
La defensa de la religión pasa a través de la defensa de
los derechos y de las libertades de las comunidades
religiosas. Que los líderes de las grandes religiones del mundo
y los responsables de las naciones, renueven el compromiso
por la promoción y tutela de la libertad religiosa, en
particular, por la defensa de las minorías religiosas, que no
constituyen una amenaza contra la identidad de la mayoría,
sino que, por el contrario, son una oportunidad para el
diálogo y el recíproco enriquecimiento cultural. Su defensa
representa la manera ideal para consolidar el espíritu de
benevolencia, de apertura y de reciprocidad con el que se
tutelan los derechos y libertades fundamentales en todas las
La libertad religiosa en el mundo
14. Por último, me dirijo a las comunidades cristianas que
sufren persecuciones, discriminaciones, actos de violencia e
intolerancia, en particular en Asia, en África, en Oriente
Medio y especialmente en Tierra Santa, lugar elegido y
bendecido por Dios. A la vez que les renuevo mi afecto
paterno y les aseguro mi oración, pido a todos los
responsables que actúen prontamente para poner fin a todo
atropello contra los cristianos que viven en esas regiones.
Que los discípulos de Cristo no se desanimen ante las
adversidades actuales, porque el testimonio del Evangelio es y será siempre un signo de contradicción.
Meditemos en nuestro corazón las palabras del Señor
Jesús: «Dichosos los que lloran, porque ellos serán
consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la
justicia, porque ellos quedarán saciados […]. Dichosos
vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de
cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos,
porque vuestra recompensa será grande en el cielo» (Mt 5, 5-
12). Renovemos, pues, «el compromiso de indulgencia y de
perdón que hemos adquirido, y que invocamos en el Pater Noster, al poner nosotros mismos la condición y la medida de la misericordia que deseamos obtener: “Y perdónanos
nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros
deudores” (Mt 6, 12)».17 La violencia no se vence con la violencia. Que nuestro grito de dolor vaya siempre
acompañado por la fe, la esperanza y el testimonio del amor
de Dios. Expreso también mi deseo de que en Occidente,
especialmente en Europa, cesen la hostilidad y los prejuicios
contra los cristianos, por el simple hecho de que intentan
orientar su vida en coherencia con los valores y principios
contenidos en el Evangelio. Que Europa sepa más bien
reconciliarse con sus propias raíces cristianas, que son
fundamentales para comprender el papel que ha tenido, que
tiene y que quiere tener en la historia; de esta manera, sabrá
experimentar la justicia, la concordia y la paz, cultivando un
La libertad religiosa, camino para la paz
15. El mundo tiene necesidad de Dios. Tiene necesidad de
valores éticos y espirituales, universales y compartidos, y la
religión puede contribuir de manera preciosa a su búsqueda,
para la construcción de un orden social justo y pacífico, a
La paz es un don de Dios y al mismo tiempo un proyecto que realizar, pero que nunca se cumplirá totalmente. Una
sociedad reconciliada con Dios está más cerca de la paz, que
no es la simple ausencia de la guerra, ni el mero fruto del
predominio militar o económico, ni mucho menos de astucias
engañosas o de hábiles manipulaciones. La paz, por el
17 PABLO VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1976: AAS 67 (1975), 671.
contrario, es el resultado de un proceso de purificación y
elevación cultural, moral y espiritual de cada persona y cada
pueblo, en el que la dignidad humana es respetada
plenamente. Invito a todos los que desean ser constructores
de paz, y sobre todo a los jóvenes, a escuchar la propia voz
interior, para encontrar en Dios referencia segura para la
conquista de una auténtica libertad, la fuerza inagotable para
orientar el mundo con un espíritu nuevo, capaz de no repetir
los errores del pasado. Como enseña el Siervo de Dios Pablo
VI, a cuya sabiduría y clarividencia se debe la institución de
la Jornada Mundial de la Paz: «Ante todo, hay que dar a la
Paz otras armas que no sean las destinadas a matar y a
exterminar a la humanidad. Son necesarias, sobre todo, las
armas morales, que den fuerza y prestigio al derecho
internacional; primeramente, la de observar los pactos».18 La
libertad religiosa es un arma auténtica de la paz, con una
misión histórica y profética. En efecto, ella valoriza y hace fructificar las más profundas cualidades y potencialidades de
la persona humana, capaces de cambiar y mejorar el mundo.
Ella permite alimentar la esperanza en un futuro de justicia y
paz, también ante las graves injusticias y miserias materiales
y morales. Que todos los hombres y las sociedades, en todos
los ámbitos y ángulos de la Tierra, puedan experimentar
pronto la libertad religiosa, camino para la paz.
Julie Bruno, AAHPM Director of Education, started the morning plenary session with a reminder that “life happens” at preconference workshops just as it does in real life, so one of the session speakers had to attend to a family health matter. The schedule was therefore rearranged a bit to provide the two remaining faculty time to cover the additional lectures. The speakers are experts and
Allard, R., Marshall, M., Plante, M-C. (1992). Intensive follow-up does not decrease the risk of repeat suicide attempts. Suicide and Life threatening behaviour, 22(3), 303-314. Andersen, U.A, Andersen, M., Rosholm, J.U., & Gram, L.F. (2001). Psychopharmacological treatment and psychiatric morbidity in 390 cases of suicide with special focus on affective disorders. Acta Psychiatrica Scand