V. LA ENSEÑANZA DEL ESPAÑOL EN LOS ESTADOS UNIDOS
La narrativa mexicana y centroamericana La producción narrativa puertorriqueña Narrativa cubana: el cuento y el relato. La novela de los cubanos
José Abreu Felippe, Luis de la Paz y Uva de Aragón
La narrativa dominicana Otros narradores hispanoamericanos La narrativa española Las primeras manifestaciones
La narrativa mexicana escrita en español en los antiguos territorios mexicanos que ahoraforman parte de los Estados Unidos de América tiene por supuesto sus antecedentes en lascrónicas y escritos de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, fray Marcos de Niza, Gaspar Pérez de Vi-llagrá y otros. Sería, sin embargo, anacrónico incluir a estos dentro de la nómina de los auto-res mexicanos que han escrito en este país cuando anteceden por siglos a la fundación deambas entidades, México y los Estados Unidos, como naciones independientes. Estos escri-tores y sus escritos pertenecen sin duda al período colonial español. Propiamente dicho, solose puede hablar de narrativa mexicana a partir de 1821, año en que, tras once años de con-tienda, México logra independizarse de la Corona española. Sin embargo, muy poco disfrutóla República Mexicana de sus territorios norteños; en 1836 Texas declara su independenciapara después incorporarse al País del Norte; en 1848, tras una humillante derrota a manosdel ejército estadounidense, México se ve obligado a firmar el Tratado de Guadalupe Hidal-go, en el que oficialmente cede a los Estados Unidos aproximadamente la mitad de su terri-torio nacional (California, Texas, Nuevo México, Arizona, Utah, partes de Colorado,Wyoming,Kansas y Oklahoma).
Son pocas las obras escritas que nos han quedado de este breve período mexicano com-prendido entre los años 1821 y 1848. Existen, por ejemplo, las memorias del padre Antonio Jo-sé Martínez (1793-1867), patriota mexicano y párroco de Taos, Nuevo México. Su Reacción deméritos, publicada en 1837, da cuenta de su participación en los grandes acontecimientos ycontiendas de su tiempo. Nacido en un territorio español que después pasa a manos mexi-canas y luego a estadounidenses, el padre Martínez fue pionero en muchos respectos. Comopedagogo su labor se destaca por haber fundado la primera escuela de enseñanza mixta enNuevo México. Fue él, asimismo, quien trajo, a principios de la década de 1830, la primera im-prenta de Nuevo México, que empleó para publicar libros para la enseñanza (manuales deortografía, aritmética, etc.), así como varios tratados de teología, política y pedagogía. Haciaprincipios de la misma década, el padre franciscano fray Jerónimo Boscana, en la misión deSan Juan Capistrano, ubicada en lo que actualmente es el condado de Orange, California,termina de escribir su Relación histórica sobre los indígenas juaneños. El manuscrito no sepublicó, como apunta Luis Leal, sino hasta 1846, en su versión traducida al inglés, en el libroLife in California, de Alfred Robinson (1846: 9).
Pero, desgraciadamente, aparte de estos textos y de los que aún quedan por descubrirse,son pocos los escritos que tenemos que nos dan testimonio narrado de aquella época detransición. Sin embargo, si bien la tradición escrita pasa entonces por un momento de in-fertilidad, no ocurre lo mismo en tanto a la tradición oral, ubérrima en leyendas, mitos, fá-bulas y corridos. Una reseña de la narrativa mexicana en los Estados Unidos, de hecho, pormuy somera que sea, no puede pasar por alto el corrido, género lírico-narrativo de carácterpopular cantado en México y en los Estados Unidos desde comienzos del siglo XIX hastanuestros días. Como el romance español, género del cual decanta, el corrido es una formaliteraria en extremo flexible que admite gran variedad de temas; en sus versos octosilábi-cos de rima asonantada se relatan desde historias sentimentales y crímenes pasiona-les hasta sucesos y tragedias nacionales, desde las pequeñas fechorías del cuatrero de pue-blo hasta las grandes proezas del héroe nacional. De autoría tradicionalmente anónima, elcorrido es el registro, la memoria del pueblo, de sus ansiedades, de sus anhelos y desdichas,de sus victorias y derrotas. La narrativa mexicana y centroamericana Daniel R. Fernández
En los territorios anexados por el País del Norte, el corrido presenta ciertos rasgos autócto-nos que, según Américo Paredes, quizá el estudioso más importante del folclore méxico-es-tadounidense, emanan de las circunstancias especiales y de la precariedad existencial en lasque se encontraba un pueblo mexicano que de pronto se ve marginado en su propia tierra. En corridos como el de Gregorio Cortez, Joaquín Murrieta y tantos otros, el héroe es un mexi-cano que, viendo sus derechos pisoteados o su honor ultrajado por anglosajones con podery autoridad, se ve impelido a buscar la venganza por medio de la violencia. El protagonistaentonces se ve acorralado por una avasalladora multitud de ‘rinches’ (rangers texanos); mos-trando gran arrojo, el héroe logra aniquilar a varios de sus adversarios, pero no sin al final su-cumbir ante el numeroso enemigo.‘¡Ah, cuánto rinche montado, para un solo mexicano!’, di-ce el corrido de Gregorio Cortez. Según Paredes, la trama y las circunstancias presentadas eneste tipo de corrido son representativos del estado mental de los mexicanos al verse despla-zados y atacados por todos los flancos de su existencia por un pueblo cada vez más nume-roso y poderoso que ellos (1979: 13). Las últimas décadas del siglo XIX
A caballo entre la tradición oral y la escrita se encuentran los testimonios de muchos méxi-co-estadounidenses que hasta hace poco se desconocían y que aún ahora en su mayoríapermanecen inéditos. Más de un centenar de recuerdos, reminiscencias, apuntes, memoriasen manuscrito se alojan, por ejemplo, en la biblioteca Hubert Howe Bancroft de la Universi-dad de California, en Berkeley. La biblioteca lleva el nombre de un comerciante de libros ehistoriador que durante la década de 1870, con la ayuda de un equipo de entrevistadores yamanuenses, recogió docenas de testimonios orales como parte de la investigación de fon-do para su obra History of California, publicada en siete volúmenes entre los años 1884 y1889. Enrique Cerruti y Thomas Savage, los principales colaboradores de Bancroft, recorrie-ron durante años el estado de California, entrevistando a ‘californios’, como se les llamaba alos antiguos habitantes de California de habla hispana, y transcribiendo sus historias y testi-monios. Entre estos manuscritos de variada extensión destacan los de Eulalia Pérez (Unavieja y sus recuerdos, 1877), Apolinaria Lorenzana (Memorias de la Beata, 1878), José MaríaAmador (Memorias sobre la historia de California, 1877), María de las Angustias de la Guerrade Ord (Ocurrencias en California, 1978), Pablo Vallejo (Notas históricas sobre California, 1874)y Mariano G. Vallejo (Recuerdos históricos y personales tocante a la alta California, 1875). Se-gún Genaro Padilla (1993: 153), estudioso a quien se le debe en gran medida el redescubri-miento y revalorización de estas obras, bulle en estos textos ‘una obsesiva y nostálgica ten-dencia a recrear los días pasados’, tendencia natural si tomamos en cuenta que estamosante un grupo de personas que se vio obligado a vivir en carne propia la ruptura social, cul-tural, política y económica que supuso la anexión del estado y su incorporación a los EstadosUnidos. Despojados de sus tierras y bienes, desbancados de su lugar en la sociedad, burla-dos por las leyes y las autoridades anglosajonas, que en un principio habían prometido de-fender sus derechos, los ‘californios’ no pueden sino sentir las contradicciones de quienes re-pentinamente se convierten en extranjeros en su propia tierra.
Hacia las tres últimas décadas del siglo XIX empiezan a aparecer en los periódicos hispanosdel suroeste de los Estados Unidos poemas, cuentos y novelas por entregas. De estas últi-mas, la primera de que se tiene noticia, de autor anónimo, lleva el título de Deudas pagadas. Publicada en 1875 en la Revista Católica de Las Vegas, Nuevo México, la novela cuenta la his-toria de un soldado español en el norte de África. Por la temática y otros indicios textuales secree que su autor era español. Seis años después, también en Nuevo México, se publica enun periódico ‘La historia de un caminante’, o sea, Gervasio y Aurora (1881) de Manuel M. Sala-zar, autor novomexicano que vivió entre 1854 y 1911. La novela, de la cual solo se conservanfragmentos, cuenta las historias amorosas y desventuras sentimentales del joven protago-
nista, Gervasio. De la pluma de otro autor novomexicano, Eusebio Chacón (1870-1948), apa-recen en 1892 dos novelas de corte romántico-naturalista: El hijo de la tormenta y Tras la tor-menta la calma. La primera presenta la historia de un bandolero desalmado que azota y po-ne en jaque a los habitantes de una región. La segunda, cuyo tema central es el honor, dacuenta del triángulo amoroso formado por dos jóvenes, Lola y Pablo, y un personaje de estir-pe claramente donjuanesca, Luciano. Como bien lo apunta Francisco Lomelí (1980), estas na-rraciones ostentan rasgos que las colocan claramente dentro de la tradición de las letras his-pánicas. Se cree que, como estas obras, hay otras que aún faltan por descubrirse. En lo que aesto se refiere, hay que aplaudir la ingente labor que desde hace varios años llevan a caboAmérico Paredes, Luis Leal, Francisco Lomelí, Nicolás Kanellos, Genaro Padilla y tantos otrosestudiosos que se han encargado de recuperar gran parte de la tradición hispánica literariadel siglo decimonónico que por tanto tiempo había permanecido soterrada. Comienza un nuevo siglo
Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, llega a los Estados Unidos un gran número deintelectuales mexicanos que se exilian en el País del Norte a causa de las convulsiones polí-ticas que azotaron a la República Mexicana. Uno de estos intelectuales fue el periodistaAdolfo Carrillo (1865-1926), a quien se le había perseguido, hecho prisionero y luego exiliadopor criticar abiertamente al Gobierno del dictador Porfirio Díaz. Al periodista Adolfo Carrillose le atribuyen las Memorias inéditas del Lic. Don Sebastián Lerdo de Tejada, publicada anóni-mamente en Texas (1889). Esta obra, en la que se ataca al Gobierno de Díaz, tuvo bastanteéxito entre los lectores de ambos lados de la frontera a juzgar por las varias reimpresionesque de ella se hicieron en los Estados Unidos y en México. Hacia 1897, Carrillo se afinca enSan Francisco, donde establece un taller de imprenta. Ese mismo año aparece la novela Me-morias del Marqués de San Basilisco, relato con toques picarescos que se le atribuye tambiéna Carrillo. Su obra más conocida, sin embargo, es Cuentos Californianos (1922), en la que reco-ge leyendas e historias costumbristas de California.
La lucha armada que se da para derrocar al Gobierno de Porfirio Díaz y los conflictos quesurgen entre las diferentes facciones dentro de la Revolución Mexicana provocan el exilio demuchos ciudadanos mexicanos, que se refugiaron en varias ciudades del suroeste de los Es-tados Unidos. Perseguido por el Gobierno porfirista, llega a Texas, en la primera década delsiglo XX, el revolucionario y pensador anarquista Ricardo Flores Magón (1874-1922), periodis-ta, dramaturgo y narrador, quien al lado de su hermano Enrique (1877-1954) establece en laciudad de El Paso el periódico Regeneración. Unos años más tarde, en la misma ciudad, el cé-lebre novelista Mariano Azuela (1873-1952) daría inicio a lo que después se conocería como elgénero de la novela de la Revolución con la publicación por entregas de Los de abajo (1915) enel periódico El Paso del Norte. Al igual que Azuela, también se exilia en los Estados Unidos laotra figura fundadora de la novela de la Revolución, Martín Luis Guzmán (1887-1976), autorde El águila y la serpiente (1928) y La sombra del caudillo (1929). Uno de los personajes másrelevantes de la época, José Vasconcelos (1882-1959), narrador, ensayista, pedagogo y políti-co, también se ve obligado a vivir exiliado durante algunos años en el País del Norte.
Ricardo y Enrique Flores Magón, Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán y José Vasconcelosson, sin duda, las figuras más destacadas de lo que se conoce hoy como la generación del‘México de afuera’. Sin embargo, sería un error pensar que estos revolucionarios exiliadosson representativos de la totalidad del grupo en sí. De hecho, la mayoría de los que confor-maban este grupo de exiliados distaban mucho de ser liberales y mucho menos revolucio-narios. Entre estos había incluso un gran número de porfiristas y otros que estaban descon-tentos con los cambios que propugnaba la Revolución y se oponían enconadamente a ellos. Según Nicolás Kanellos (1998: 3), entre los intelectuales del ‘México de afuera’ prima de he-cho una ideología de marcado conservadurismo. Desde las columnas de varios periódicos
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hispanos, se proponen ante todo proteger al pueblo mexicano, al ‘México de afuera’, contratoda influencia perniciosa anglosajona. Les interesa la preservación de la religión católica ylos valores tradicionales, la defensa de la integridad del idioma español y la exaltación delnacionalismo mexicano.
Uno de los mayores exponentes de este tipo de ideología conservadora es Julio G. Arce(1870-1926), más conocido por su seudónimo, Jorge Ulica, cuyas Crónicas diabólicas circula-ron en un gran número de periódicos del sureste de los Estados Unidos desde 1919 hastamediados de los años veinte. En sus cuadros de costumbres Ulica narra y comenta con hu-mor e ironía los sucesos del momento y lanza sátiras contra todos aquellos que no se adhie-ren a sus ideales reaccionarios. Eran víctimas de su desdén y sus diatribas las personas po-bres e incultas que hablaban mal el español y, sobre todo, aquellas que se expresaban en loque para él era la abominación por excelencia, el espanglish. Sin embargo, uno de sus blan-cos predilectos era la mujer moderna y desinhibida de los años veinte, la flapper estadouni-dense, que para él era símbolo máximo de la degeneración moral.
Otro cronista mexicano que hay que destacar es Daniel Venegas, de cuya vida sabemos muypoco, salvo que durante la primera mitad del siglo XX vivió en Los Ángeles, donde escribió va-rias obras de teatro y también una serie de narraciones costumbristas aparecidas en El Mal-criado, periódico editado por él mismo durante el segundo lustro de los años veinte. A dife-rencia de Arce y de tantos otros que despreciaban a las clases populares y se complacían enhacer mofa de ellas, Venegas era mucho más allegado al pueblo y se identificaba con sus lu-chas y quebrantos. A este autor se le conoce hoy no tanto por sus crónicas, de las cuales seconservan muy pocas, sino por su novela Las aventuras de don Chipote o cuando los pericosmamen, que salió a la luz en 1928 en el periódico El Heraldo de México de la ciudad de LosÁngeles. La novela cuenta los infortunios de don Chipote, los apuros por los que pasa y loque tiene que sufrir ‘camellando’ (trabajando como camello) en Texas, Arizona y California. Al final del relato, deportado, derrotado, humillado y desengañado, el protagonista vuelve aMéxico para estar con su doña Chipota y sus ‘chipotitos’ y cultivar su parcela de tierra. Cuan-do, al acordarse de sus andanzas en territorio norteamericano, le llega la añoranza, prontose desengaña llegando ‘a la conclusión de que los mexicanos se harían ricos en los EstadosUnidos: ‘cuando los pericos mamen’, es decir, jamás’ (Venegas, 1999: 159). La novela, narradamagistralmente en tono pícaro y jocoso, tiene pues una moraleja muy clara. Con ella, nos di-ce el autor, no quiere ‘negar que algunos paisanos hayan hecho algo en los Estados Unidos,pero estos que podemos decir garbanzos de a libra, son una minoría; en cambio la mayoríasolo viene a Estados Unidos a dejar todas sus energías, a ser maltratados por capataces yhumillados por ciudadanos del país, los que, una vez que los paisanos llegan a viejos, les nie-gan hasta el derecho de trabajar para darles de comer a sus hijos’ (1999: 20).
De semejante temática había aparecido dos años antes en el sur de los Estados Unidos lanovela El sol de Texas (1926), de Conrado Espinoza (1897-1977), que en los años veinte trabajócomo periodista de La Opinión de Los Ángeles y de La Prensa de San Antonio. La obra relatalas desventuras de dos familias mexicanas, los García y los Quijanos, que, huyendo de los vi-llistas, carrancistas y demás facciones revolucionarias y, en busca de paz y bienestar econó-mico, emigran a los Estados Unidos. Al igual que don Chipote, los protagonistas de El sol deTexas solo encuentran discriminación y abusos en el País del Norte. Pero, a diferencia de Da-niel Venegas, que se expresa en un español híbrido y experimental y se identifica con losobreros inmigrantes, Conrado Espinoza escribe en un español pulcro y elegante y se distan-cia de ‘la chicanada’. Como nos dice John Pluecker en su introducción a la edición de 2007 dela obra,‘la postura’ del narrador de El Sol de Texas ‘es compleja’. Por un lado, celebra la capaci-dad de resistencia que tiene el inmigrante mexicano, el trabajador común y corriente, queenfrenta en tierra ajena toda la discriminación y maltrato de los anglosajones. Pero, por otraparte, la postura nacionalista del autor exige de su narrador (y de sí mismo) una actitud derechazo frente a cualquier inmigrante que decida quedarse en la tierra de los ‘gringos’
(p. 7). En su rechazo de la cultura chicana y en su actitud paternalista ante el inmigrante, Es-pinoza es un claro exponente de la ideología conservadora que propugnaban Julio G. Arce ylos demás escritores del ‘México de afuera’. Sin embargo, a diferencia de estos, como nos di-ce Pluecker, Espinoza no cree en la posibilidad de crear y mantener un México fuera del espa-cio geográfico nacional. Fuera de México, el mexicano pierde su dignidad, se corrompe y trai-ciona tanto a su patria como a sí mismo. El único camino digno es el retorno. En su novela,los que no vuelven a su tierra son ‘los que se quedan rezagados porque se habían empapadoen las manchas que caían sobre la raza, de los perdidos entre la canalla que se entregaba albulegaje y a la miseria, de los que andarían escabulléndose a la ley de que soportarían con lafrente baja todas las afrentas’ (p. 110). El auge de la narrativa
Este período de tiempo que comprende las dos últimas décadas del siglo XIX y las primerastres del siglo XX es una de las épocas más fértiles de la narrativa mexicana escrita en espa-ñol en los Estados Unidos. Los siguientes tres decenios serán menos feraces en cuanto a laproducción literaria en español se refiere, si bien no faltan los autores mexicanos o de ascen-dencia mexicana que escriben y publican en inglés. Tal es el caso de María Cristina Mena(1893-1965), que publicó narraciones breves en revistas como Cosmopolitan, Household yAmerican Magazine para un público anglohablante; de Josefina Niggli (1893-1983), autora dela colección de cuentos Mexican Village (1945) y la novela Step Down, Elder Brother (1948); deCleofás Jaramillo (1878-1956), autora de la autobiografía Romance of a Little Village Girl(1955), y de Mario Suárez, cuyos cuentos aparecieron en la revista Arizona Quarterly durantelos años cuarenta.
Pero hay que esperar hasta los años sesenta y setenta para que la literatura escrita en espa-ñol resurja de nuevo con la misma pujanza que alentaba a los escritores del ‘México de afue-ra’. Tal renacimiento brota del seno del movimiento chicano, encabezado en un principio porel activista César Chávez, quien galvanizó a la sociedad civil méxico-estadounidense en apo-yo de los trabajadores del campo. Las palabras ‘chicano’ y ‘chicanada’ hasta ese entonces sehabían empleado peyorativamente para referirse a los inmigrantes mexicanos recién llega-dos o los campesinos de origen humilde, como se puede constatar en los escritos de los cro-nistas de la primera mitad del siglo. No obstante, a partir de los años sesenta, el vocablo ‘chi-cano’ empieza a adquirir un significado positivo; el ser chicano de hecho se convierte enmotivo de orgullo. La palabra en sí es más que mero gentilicio o nombre empleado para de-signar a cierto grupo étnico. Como nos dice José Antonio Gurpegui (2003: 31):‘A diferencia deotras acepciones del tipo native-american, asian-american o afro-american., la denomina-ción de chicano tiene una carga ideológica, social y política, que no caracteriza necesaria-mente a aquellas denominaciones. Se trata de un término que surge con el MovimientoChicano que estará íntimamente unido al Civil Rights Movement’.
Por lo regular, el escritor chicano escribe obras que reflejan su compromiso con ‘La causa’; enellas denuncia la discriminación y los abusos perpetrados en contra del pueblo mexicano delos Estados Unidos y se adhiere a este en su lucha por la justicia social. Uno de los temasmás importantes de la literatura chicana es la exploración y defensa de la identidad; el chi-cano a veces se siente incomprendido y atrapado entre dos culturas monolíticas que no ad-miten la hibridez lingüística y cultural. Esta problemática es el eje central de la que se consi-dera es la primera novela chicana, Pocho (1959), escrita por Antonio Villarreal (1924), así comode varias otras obras importantes como Bless Me, Ultima (1972), de Rodolfo Anaya, y Houseon Mango Street (1984), de Sandra Cisneros, todas estas escritas en inglés.
Si bien muchas de las obras chicanas se han escrito en inglés, algunas de las de mayor relie-ve se han escrito en el idioma de Cervantes. La primera novela chicana escrita en español es
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de Tomás Rivera (1935-1984) y lleva el título de Y no se lo tragó la tierra (1971). Mediante mo-nólogos, diálogos, anécdotas y viñetas de marcado sabor rulfiano, el autor representa la du-ra vida del campesino mexicano en los Estados Unidos. Es difícil saber quién es el verdaderoprotagonista de la obra, o los campesinos que trabajan en ‘la labor’ bajo el inclemente sol deTexas, o bien la muerte que los acecha en cada página tras sus múltiples máscaras (asesina-tos, suicidios, muertes por insolación, por accidente, etc.). La novela fue editada por la edito-rial Quinto Sol, que por ese entonces se perfilaba como una de las instituciones más impor-tantes en tanto a la difusión de la cultura chicana.
En la misma editorial, al año siguiente, Rolando Hinojosa (1929-) publica Estampas del Va-lle y otras obras (1972), la primera entrega de una sucesión de novelas que conforman su‘Klail City Death Trip series’. En ella y en Klail City y sus alrededores (1976), ganadora delprestigioso premio Casa de las Américas, Claros varones de Belken (1981), Mi querido Rafa(1981), y en tantas otras, Hinojosa busca darle voz a una comunidad méxico-estadouni-dense avecinada en Klail City, ciudad ficticia del también ficticio condado de Belken (Te-xas). La obra de Hinojosa es de difícil catálogo; en ella figuran cientos de voces narrativasque se expresan fragmentariamente por medio de estampas, anécdotas, diálogos, monó-logos, epístolas, partes policíacos, informes judiciales, testimonios, artículos periodísticos,anécdotas, poemas y entrevistas. Se trata aquí de llegar a una especie de historia colecti-va de un pueblo méxico-texano en constante fricción con el mundo de los ‘bolillos’ (an-glo-estadounidenses).
Dos años más tarde, en 1974, se publica una de las novelas claves de la literatura chicana, Pe-regrinos de Aztlán, de Miguel Méndez, quien se distingue de Rivera y de Hinojosa por escribirexclusivamente en español y por ser autodidacta. En el prefacio el autor, que confiesa escri-bir desde su ‘condición de mexicano indio, espalda mojada y chicano’, nos dice lo que sigue:‘Desde estos antiguos dominios de mis abuelos indios escribo esta humildísima obra, reafir-mando la gran fe que profeso a mi pueblo chicano, explotado por la perversidad humana. Relegado de la instrucción bilingüe que le es idónea y desdeñado en su demanda de auxiliopor la ignorancia de unos, la indiferencia de otros y, más que todo, por la malevolencia de losque pretenden someterlo a la esclavitud eternamente y sostener en el contraste de su mise-ria el mito de la superioridad del blanco’ (Méndez, 1989: 10). Los protagonistas de Méndezson indígenas, vagabundos, prostitutas, drogadictos, desamparados, en suma, la gente quevive marginada en la zona fronteriza. Hay de hecho en la novela cierto ánimo totalizador;Méndez se propone darnos un panorama muralístico del pueblo chicano, de su lucha por lasupervivencia. Entre las otras obras de Méndez cabe destacar El sueño de Santa María de lasPiedras (1986), que mereció los elogios de Camilo José Cela, y Cuentos para niños traviesos, re-fundición chicana del Libro de Calila y Dimna.
En 1975 se edita en México la novela Caras viejas y vino nuevo, de la pluma del autor califor-niano Alejandro Morales (1944-). Por medio de un lenguaje neonaturalista y en ocasiones‘tremendista’, como bien lo apunta Salvador Rodríguez del Pino, esta obra explora el sub-mundo de la realidad urbana, el sórdido ambiente de la drogadicción y de las pandillas deLos Ángeles (1982: 66). La estructura fragmentaria de la novela y la hibridez lingüística del texto pueden presentar dificultades para el lector tradicional. Uno de los reseñadores deltexto, Evodio Escalante (1976: 87) nos dice que ‘en efecto, el libro de Morales es otra cosa, y sulectura no puede hacerse, por ejemplo, con el criterio con que se lee una novela de Yáñez, Re-vueltas, o incluso José Agustín. Un solo hecho basta para colocarlo en otro espacio de lectu-ra: su característica de libro chicano. Es cierto que ha sido escrito en español, o en algo queparece español —de otro modo el editor no diría, con gran desinformación, que se trata pro-bablemente de la primera novela chicana escrita en esa lengua—’. De entre las otras novelasde Morales hay que destacar Reto en el paraíso (1982), que cubre más de 100 años de la vidade una familia de terratenientes ‘californios’ venida a menos a raíz de leyes discriminatoriasimpuestas por angloamericanos.
Si bien el mundo urbano angelino que nos presenta Alejandro Morales en Caras viejas y vinonuevo es un espacio inhóspito y sórdido, no lo es menos el que describe Aristeo Brito (1942-)en su novela El diablo en Texas (1976). En esta el autor se propone describir el pueblo tejanode Presidio, que como explicita su nombre es una especie de cárcel. Brito empieza su relatode la siguiente manera: ‘Yo vengo de un pueblito llamado Presidio. Allá en los más remotosconfines de la tierra surge seco y baldío. Cuando quiero contarles cómo realmente es, nopuedo, porque me lo imagino como un vapor eterno. Quisiera también poderlo fijar en uncuadro por un instante, así como pintura pero se me puebla la mente de sombras alargadas,sombras que me susurran al oído diciéndome que Presidio está muy lejos del cielo. Que na-cer allí es nacer medio muerto; que trabajar allí es morirse.’ (p. 121). Como nos dice CharlesTatum (1990: 1), guarda esta obra una clara semejanza con la novela Pedro Páramo y el cuen-to ‘Luvina’ de Juan Rulfo. Al igual que Luvina y Comala, Presidio es un pueblo donde no suce-de nada, donde reina la muerte y la desdicha, y de donde los jóvenes huyen en cuanto pue-den. En Presidio lo único que pueden esperar es permanecer esclavizados al sol y al azadón, alos abusos de don Benito (Ben Lynch), el Pedro Páramo gringo que domina las existencias delos presidianos/presidiarios.
En cambio, el pueblo de Tierra Amarilla que describe en sus narraciones el escritor novome-xicano Sabine Reyes Ulibarrí (1919-2003) no podría ser más distinto de Presidio; Tierra Ama-rilla es, de hecho, una especie de paraíso perdido o, más bien, a punto de perderse. Como nosdice Aguilar Melantzón (1973: 155), ‘la mayoría de los cuentos de Ulibarrí presentan comopersonajes a parientes, conocidos o amigos del autor. Sus textos se caracterizan por un pro-fundo arraigo a la tierra y una sentida nostalgia por el pasado. Regularmente se clasificandentro de las llamadas narraciones folklóricas’. En libros de cuentos como Tierra Amarilla(1971), Mi abuela fumaba puros y otros cuentos de Tierra Amarilla (1977) y El gobernador GluGlu y otros cuentos (1988), Ulibarrí se propone la recuperación de una tradición hispánica apunto de desvanecerse: en una prosa altamente estilizada y poética donde lo real se mezclacon lo fantástico, Ulibarrí se propone documentar la historia, el anecdotario, los mitos y le-yendas de un pueblo hispano-mexicano cuya fundación se remonta a tres siglos antes de lafundación de los Estados Unidos como nación. Ulibarrí, quien fue estudioso de la obra deJuan Ramón Jiménez y de Benito Pérez Galdós, escribió todas sus narraciones en español yfue en vida siempre acérrimo defensor del idioma de Cervantes en los Estados Unidos.
Lastimosamente, este fervor por la lengua española de la generación a la que pertenecióUlibarrí se ha visto mermado en las últimas décadas. Pese a que Rolando Hinojosa, MiguelMéndez y Alejandro Morales siguen escribiendo y editando sus obras en español, han sidomuy pocos los que han seguido sus pasos. De hecho, los autores chicanos que llegan des-pués de esta generación escriben sus obras casi invariablemente en inglés. Entre estos haynumerosos escritores de gran valía e importancia. Sin embargo, en este breve artículo noshemos limitado a dar cuenta, a grandes rasgos, solamente de los autores que han escrito enespañol. Para trazar una historia completa de la literatura méxico-estadounidense habríaque incluir a autores tales como Juan Nepomuceno Seguín, María Amparo Ruiz de Burton,Jovita González, fray Angélico Chávez, Américo Paredes, Rodolfo Anaya, Ron Arias, María He-lena Viramontes, Sandra Cisneros, Gloria Anzaldúa, Cherrie Moraga, Ana Castillo, Luis A. Urrea, Dense Chávez, Dagoberto Gilb, Luis J. Rodríguez, Norma Cantú, Alberto Álvaro Ríos,Ernesto Galarza, John Rechy, Oscar ‘Zeta’ Acosta, Rubén Martínez, y tantos otros que han es-crito y escriben sus obras en inglés.
No podemos concluir este breve recuento sin mencionar al gran poeta y novelista José Emi-lio Pacheco (1939-), autor de obras tan destacadas como Morirás lejos (1967), El principio delplacer (1972) y Las batallas del desierto (1981), quien reside parte del año en los Estados Uni-dos, donde imparte cursos de literatura hispanoamericana en la Universidad de Maryland. Otra de las grandes figuras de la literatura mexicana contemporánea, Carmen Boullosa, au-tora de Mejor desaparece (1987) y Son vacas, somos puercos (1991), lleva viviendo varios años
La narrativa mexicana y centroamericana Daniel R. Fernández
en la ciudad de Nueva York, donde es profesora de literatura en el City College of New York. No obstante, pese a que vive en dicha ciudad, nos dice Boullosa (2007): ‘Mi ciudad siguesiendo la de México, allá transcurren mis imaginaciones, mis memorias y mis vidas imagina-rias, aunque a veces, por fuerza de los personajes, tengan que visitar otras latitudes’. Narrativa centroamericana
Es bien sabido que, pese a haber producido figuras de la talla de Rubén Darío y Miguel ÁngelAsturias, la literatura centroamericana se estudia y se conoce muy poco en los Estados Uni-dos. Como nos menciona el poeta, ensayista y narrador nicaragüense Horacio Peña (1999),‘junto a las grandes naciones latinoamericanas, la literatura centroamericana es la Cenicien-ta que espera ese toque mágico que la haga abrirse a los profesores universitarios, a las edi-toriales norteamericanas, demasiado ocupadas y preocupadas con otros países y regionesde Latinoamérica que, por una u otra razón, tienen más visibilidad que nuestra región incóg-nita’. Si la literatura centroamericana que cuenta con escritores consagrados no se estudia,menos aún se estudia aquella producida en los Estados Unidos por inmigrantes proceden-tes del Istmo.
No obstante, hay que tener presente el hecho de que la inmigración de esta región de His-panoamérica es un fenómeno bastante reciente. Si bien siempre ha habido inmigrantescentroamericanos en los Estados Unidos, la gran mayoría ha llegado al coloso del norte ha-cia finales de la década de los setenta y principios de los ochenta. Muchos de los que llega-ron entonces ya empiezan a abrirse camino en el mundo de las letras hispánicas estadouni-denses. Antes de la llegada de estos, sin embargo, ya un escritor centroamericano habíadejado su huella y había empezado a abrir brecha. Hablamos de Gustavo Alemán Bolaños,periodista nicaragüense que hacia principios de siglo trabajó para el Diario La Prensa deNueva York y el rotativo The Herald Tribune. En 1925 este publica La factoría, novela en la cualdescribe la dura realidad del inmigrante hispano en los Estados Unidos. El narrador del rela-to es un intelectual hispanoamericano que, no pudiendo encontrar un empleo acorde consu preparación y sus facultades, se ve obligado a trabajar como obrero en una ‘factoría’ don-de se confeccionan bolsos y monederos. Según Nicolás Kanellos (2003b), la novela es unasutil protesta hecha contra la deshumanización y la explotación que los trabajadores hispa-nos se ven obligados a sufrir en los Estados Unidos. Al final de la narración, decepcionado ycansado de trabajar y vivir como ‘hombre-máquina’, el protagonista vuelve a su país, tal y co-mo lo hace don Chipote en la obra de Daniel Venegas publicada en esos mismos años.
Ahora bien, el caso de Gustavo Alemán Bolaños es insólito. Como se ha dicho antes, la granmayoría de los inmigrantes centroamericanos llegan a los Estados Unidos en la década delos setenta y ochenta. Emigran al País del Norte huyendo de los conflictos armados que pla-garon a los países del Istmo. No es de extrañar, entonces, que ambos temas, la guerra civil yla emigración, tengan un lugar central en la narrativa centroamericana escrita por estos. Tales el caso, por ejemplo, de la narrativa del salvadoreño Mario Bencastro (1949-), quien en1989 publicó su primera novela, Disparo en la catedral (1989), sobre el asesinato del monse-ñor Oscar Arnulfo Romero en 1980, arzobispo de San Salvador ejecutado al principio de laGuerra Civil Salvadoreña. Su segunda obra, Árbol de la vida, retoma y explora el tema de laguerra civil. No es sino hasta la publicación de Odisea del Norte, en 1999, cuando Bencastrose aleja del escenario centroamericano para centrar su atención en la precaria vida de los in-migrantes salvadoreños en los Estados Unidos; los personajes de esta novela, tras haber so-brevivido al peligroso viaje (la odisea) hacia el norte, deben enfrentarse en su nuevo medio ala incomprensión, a la violencia policíaca, a la pobreza y a un sinnúmero de dificultades labo-rales y existenciales. Hacinados en apartamentos donde se vive en condiciones infrahuma-nas y se respira el miedo a la ‘migra’, los emigrantes de Bencastro se ven inmersos en unamultitud de problemas de adaptación. De ahí que el tema de la identidad sea una de las
problemáticas centrales de la narrativa de Bencastro. En una de sus obras más recientes, Via-je a la tierra del abuelo (2004), dicho sea por caso, el protagonista del relato, Sergio, es unadolescente salvadoreño criado en los Estados Unidos que de repente se ve obligado a em-prender el viaje de regreso hacia El Salvador para transportar el cadáver de su abuelo, cuyoúltimo deseo había sido que se le enterrase en su tierra natal. En esta novela de aprendizaje,el periplo, lleno de sobresaltos y peligros, se convierte para el joven en exploración y búsque-da de la identidad y de lo que significa la patria para esta.
Un narrador centroamericano que descuella por la calidad de sus obras y la favorable acogi-da que el público lector y los críticos estadounidenses le han brindado es el hondureño Ro-berto Quesada (1962-), quien desde 1989 ha residido en Nueva York, ciudad donde trabajacomo representante diplomático de su país ante la Organización de las Naciones Unidas. Suprimera novela, Los barcos (1988), es una clara denuncia de la explotación que sufren los paí-ses centroamericanos a manos de compañías transnacionales estadounidenses. Las tensio-nes políticas, las huelgas y protestas laborales y la Revolución sandinista de Nicaragua for-man el marco ambiental de una historia de amor entre el protagonista, Guillermo, y sunovia, Idalia. En otras novelas de Quesada, sin embargo, el centro de atención ya no es la lu-cha del hondureño por el cambio social en su propio país sino la lucha del inmigrante cen-troamericano en los Estados Unidos por el éxito profesional y personal. En novelas como BigBanana (2000) y Nunca entres por Miami (2002), ambas editadas por editoriales españolas,Quesada narra con ironía y humor los chascos y desengaños que se llevan quienes llegan alos Estados Unidos con sus maletas llenas de sueños e ilusiones y se enfrentan a una reali-dad muy distinta de la que esperaban encontrar.
Roberto Quesada con sulibro Big Banana.
Hay escritores, sin embargo, cuyas miradas no se han alejado de Centroamérica, donde esce-nifican casi la totalidad de sus narraciones. Tal es el caso del novelista guatemalteco ArturoArias (1950-), quien desde hace varios años se desempeña como investigador, ensayista ydocente en varias universidades estadounidenses. Sus novelas giran en torno del conflictoarmado de Guatemala y de las contradicciones y fracasos de la izquierda de ese país. Hastala fecha ha escrito las siguientes novelas: Después de las bombas (1979), Itzam Na (1981, ga-nadora del premio Casa de las Américas), Jaguar en llamas (1990), Los caminos de Paxil (1991)y Sopa de Caracol (1998). En esta última novela esperpéntica y carnavalesca se ofrece una es-pecie de crítica de quienes defraudaron y traicionaron los ideales revolucionarios.
Los ideales y las contradicciones de la Revolución también tienen un papel protagónico en laobra de la poeta y narradora Gioconda Belli (1949-), quien desde principios de la década delos noventa reside en los Estados Unidos, aunque también vive parte del año en su natal Ni-caragua. Entre sus obras de narración se encuentra la novela Mujer habitada, sobre la tomade conciencia de una mujer nicaragüense de clase media alta (1988), y la autobiografía
La narrativa mexicana y centroamericana Daniel R. Fernández El país bajo mi piel (2001), en la que narra episodios de su vida como madre, esposa, amante,escritora y revolucionaria sandinista.
Hay muchos otros escritores centroamericanos que, si bien son menos conocidos que MarioBencastro, Roberto Quesada, Arturo Arias y Gioconda Belli, no por ello es menor el empeñocon que luchan para que las letras centroamericanas lleguen a tomar el lugar que les corres-ponde en los Estados Unidos. Cabe destacar aquí la labor de Jorge Kattán Zablah, en cuyasnarraciones breves de corte costumbrista se trata de recuperar y reconstruir con humor eironía el terruño natal. Sus cuentos han aparecido en colecciones como Cuentos de don Ma-cario (1999), Pecados y pecadillos (2003) y también en la revista literaria Ventana Abierta, edi-tada por Luis Leal y Víctor Fuentes, en Santa Bárbara, California. De hecho, en 1999 la mismarevista, en cuyas páginas aparecen a menudo obras críticas y de creación de Jorge Kattán Za-blah, Rima de Vallona, Horacio Peña, Martivón Galindo, así como de varios otros escritoresdel Istmo radicados en los Estados Unidos, le dedicó un número especial a la literatura cen-troamericana. Clara señal es esta del creciente interés que está suscitando la literatura delIstmo en Norteamérica. Lo es también el hecho de que, en octubre y noviembre del año2002, la American Society haya organizado y auspiciado en su sede de Nueva York una seriede ponencias y encuentros dedicada a la literatura centroamericana. En la serie de actos,que llevaba el título de ‘El quetzal que surge de las cenizas’, participaron varios de los escrito-res más conocidos de la región de Centroamérica: el salvadoreño Manlio Argueta, los guate-maltecos Arturo Arias y Víctor Montejo, los nicaragüenses Ernesto Cardenal, Claribel Alegría,Sergio Ramírez y Gioconda Belli, los hondureños Roberto Quesada y Roberto Sosa, y la costa-rricense Ana Istarú. No cabe duda de que poco a poco la Cenicienta está recibiendo el ‘toquemágico’ que el escritor Horacio Peña anhelaba, y que la narrativa centroamericana, llevadade la mano de un creciente interés por parte de la crítica y del éxito editorial de varias obrasdestacadas, se está abriendo paso en los Estados Unidos y en el mundo.
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